Con Julia Kristeva veíamos que la abyección es una forma de hacer ruido, por pensar cosas que no se pueden nombrar por el uso del lenguaje, hasta que se logra conocer el deseo (muchas veces reprimido); ahora en el texto de Genet se observa un lenguaje que no tiene miedo a nombrar y, a su vez, produce una serie de inversiones en las categorías estéticas. Genet mediante la cárcel, crea un espacio donde no se encuentra la belleza, ni la poesía: su canto a las flores, no es más que una resignificación al carácter de los presidiarios. Su escritura empieza por expresarse en un universo, en el cual descubre numerosos sentidos que, al mismo tiempo, se miran en los desplazamientos que Genet hace del lenguaje. Por ello sus reiteraciones en las flores como presidiarios, pues para el autor ambos comparten una misma naturaleza, es decir, una relación estrecha entre “delicadeza”,”fragilidad” e “insensibilidad”. Dicha relación se vuelve una metáfora que empieza a escribirse en un espacio poético, el cual ha sido creado, después de que el ladrón lo ha robado. Es el nuevo canto que provoca la belleza. Es un nuevo sentido que produce una ruptura en los órdenes morales, pues el ladrón se aleja de tales órdenes y decide perseguir lo que está fuera de ellos: traspasar las fronteras.
Ahora bien, si la belleza no está en ese orden convencional, es necesario buscar en otros sitios. Por ello el cruce de fronteras no sólo se da en el plano de lo físico, sino que también en el plano de lo poético, de lo metafórico. En ese sentido, se observa un traspaso en las fronteras del lenguaje, así como de los significados y sentidos estéticos: ¿Qué de bello puede tener el acto de cagar?. Para Genet el cagadero se vuelvo un trono, es decir, reinvindica la acción de cagar y, en consecuencia, la magnifica: “cagar” se vuelve un acto real y noble en una cárcel, la cual también es un palacio. Nuevamente Genet desplaza los sentidos, en este caso de lo sucio y lo limpio. Pareciera que se trata de cagar sentidos, de producir palabras mediante los cagaderos. Desde mi punto de vista, la escritura es ese resto que produce el acto de cagar, en un sentido abyecto que el mismo Genet propone a lo largo del texto; sin embargo, no es una abyección que el autor explora para purificarse mediante deshechar la mierda, por eso está el desplazamiento de fronteras que buscan una belleza en el acto de nombrar, es decir, de resignificar las palabras.
En “La vida ejemplar del esclavo y el señor”, a primera vista, se observa una relación de poder, pareciera que compartido; sin embargo, no es más que una inversión en la categoría de amo y esclavo. ¿Quién es, entonces, el amo en el texto de Ramos Otero? ¿No es el esclavo quien da las órdenes al señor? Precisamente, los constantes imperativos en el texto (“hazlo como te digo o no lo hagas”, “oríname la vida o no me orines”), pertenecen al esclavo. Es decir, hay una transformación de la relación del poder mediante el acto sexual donde quien goza más es el esclavo, a través de mandar al señor. Si Genet le daba un nuevo sentido a las flores, Ramos Otero hace lo mismo con el esclavo: es un sujeto abyecto que tiene otro estatus, se invierte su rol de esclavo, ergo, se convierte en el amo (“soy el esclavo del señor”, “soy el señor del esclavo”). Resulta, entonces, que hay un posicionamiento discursivo por parte del esclavo, quien ahora está en una posición de soberanía que somete al señor. El sujeto abyecto es ahora quien controla el goce, pues sujeta al señor.
El espacio se visualiza como un lugar que carece de luz, pues se entiende que las persianas están cerradas. Además, el esclavo menciona que si estuvieran abiertas, entrarían factores externos como la luz del sol u otros olores. Por lo tanto, es un espacio que también permanece alejado, abyecto o, bien, aislado de la otra realidad. En ese sentido, la intimidad que el esclavo comparte con el amo, esa escena de “deseo perverso”, así como la lectura de la novela -posible minificción que se cuela en el texto de Ramos Otero-, se ven amenazadas e interrumpidas por un lenguaje que proviene del exterior, representado por el sonido del timbre del teléfono y la voz que se escucha del mismo.
Al igual que Genet, Ramos Otero también transgrede la frontera del género. Ambos son homosexuales, sujetos abyectos que se alejan de esos órdenes morales a través de la maginificación del ano. Es decir, el ano como zona abyecta que ya no sólo produce mierda, sino que también un placer sexual en el individuo. Ambos autores se alejan de la convención, a partir de descentralizar las zonas erógenas donde “comúnmente” tendría lugar el acto sexual. Ya no se trata de una vagina donde “normalmente” se introduciría el pene, es el ano que, para Genet caga el placer de la escritura; sin embargo para Ramos Otero, será el deseo de nada, un deseo por desaparecer. Finalmente, en “La vida ejemplar...”, el que escribe juega a leer, pero la lectura desaparece por medio de la nada. La interrupción del teléfono anula, progresa y redobla al lector hacia la nada (“Y la nada, además”)
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